Me llamo Pecas y soy un Pony

En una tranquila finca rodeada de árboles centenarios y cielo abierto, habita un ser especial que ha tocado el alma de quienes se han atrevido a abrir su corazón. Su nombre es Pecas, un pony blanco con pecas suaves como pétalos de manzanilla en primavera. A simple vista, podría parecer un caballo más en el paisaje de Ocala, Florida… pero quienes han compartido un instante con él saben que hay magia en su presencia.

Pecas es parte esencial de uno de los acompañamientos terapéuticos más profundos y amorosos que ofrece Diana Cano, fundadora de D’Experience: la sanación energética con caballos. Esta terapia no es montar ni entrenar, sino entrar en un espacio sagrado donde el caballo se convierte en espejo, guía y medicina.

Cada persona que llega al espacio de D’Experience llega con una historia. Algunos cargan con el peso del estrés, otros con la angustia de un duelo no expresado, y otros simplemente con la necesidad de volver a sentirse. Pecas no necesita saber los detalles. No habla nuestro idioma, pero entiende lo esencial: la energía, las emociones, el alma.

Con su andar pausado, sus grandes ojos serenos y su sensibilidad nata, Pecas se convierte en un puente entre el mundo interno de la persona y la sabiduría de la naturaleza. Durante las sesiones de sanación energética, Diana guía a los participantes a conectar con su respiración, con su cuerpo y con el momento presente. Es entonces cuando Pecas comienza a acercarse, sintiendo con su corazón aquello que muchas veces ni siquiera puede decirse en palabras.

Hay quienes sienten que Pecas “escanea” su energía. Se detiene, respira cerca del plexo, del corazón o la espalda. A veces, simplemente se queda en silencio junto a alguien, y esa sola compañía basta para que comiencen a caer lágrimas antiguas. Otras veces, mueve su cuerpo con decisión y hasta llega a lamer suavemente una mano temblorosa, como diciendo: “Aquí estoy, te veo, te sostengo”.

Pecas ha acompañado procesos de transformación profunda. Personas que han llegado desconectadas de sí mismas, vuelven a casa con el alma más clara, más liviana. No porque Pecas tenga poderes mágicos, sino porque su sola presencia activa la verdad. Porque al estar con él, no se puede fingir. Él invita a la autenticidad, al presente, al sentir.

Una de las características más bellas de este trabajo es que no hay un guión. Diana y su equipo sostienen el espacio con amor y profesionalismo, pero es la interacción espontánea con el caballo lo que revela lo que cada persona necesita. Pecas no sigue reglas humanas, sigue su corazón. Y ese corazón, limpio de juicio y lleno de empatía animal, sabe exactamente a dónde ir.

Quienes han vivido esta experiencia hablan de algo más allá de la mente. De una reconexión con la parte más pura de sí. De comprender, sin necesidad de entender. De volver al cuerpo, al corazón, a la ternura. Porque cuando Pecas se acerca y deposita su hocico en tu pecho, no solo te está oliendo… te está escuchando.

A veces, los caballos nos sanan no con actos grandiosos, sino con su forma de estar. Y Pecas, con su tamaño pequeño y su alma inmensa, es un maestro silencioso del amor incondicional.

Hay una sabiduría antigua que vive en los caballos, una memoria de manada, de cuidado, de intuición. Pecas canaliza esa sabiduría con dulzura y sin pretensiones. Se entrega, y en su entrega, invita también a soltar. A dejar ir los personajes, las exigencias, las máscaras. Y simplemente ser.

Diana siempre dice que los caballos no vienen a enseñarte algo nuevo, sino a recordarte lo que ya eres. Y eso es exactamente lo que hace Pecas: recordarte que eres luz, que eres ternura, que eres fuerza. Recordarte que la sanación no siempre es un proceso de hacer, sino de permitir. Y que a veces, lo único que se necesita es una mirada honesta, un espacio seguro y la compañía de un alma noble.

Por eso, cada vez que alguien llega a D’Experience con el alma agitada o el cuerpo cansado, y se encuentra con Pecas, algo cambia. Tal vez no se note de inmediato. Tal vez sea una semilla. Pero esa semilla ya empezó a crecer. Porque Pecas no solo acompaña, también siembra.

Y quienes regresan lo hacen por esa medicina que no se compra ni se vende: la presencia viva de un ser que ve más allá del dolor, que no espera nada a cambio, y que con su sola existencia, nos recuerda que sí, es posible sanar. Que sí, es posible volver a casa.

Pecas no necesita palabras para sanar. Su lenguaje es el del alma. Y su mirada… su mirada lo dice todo.

Así, entre árboles, silencio y corazones abiertos, continúa la historia de un pony blanco con pecas que, sin proponérselo, se ha convertido en terapeuta del alma. Un verdadero sanador de cuatro patas, que con cada encuentro, sigue dejando huellas suaves, pero profundas, en quienes se atreven a mirar dentro.

Y tú… ¿te animas a dejarte ver por los ojos de Pecas?

Deja un comentario